Tangenciales

Una voz ha cruzado el silencio


Homenaje al poeta Luis Mizón (1942 - 2022)




Como el dulce lamentar de los pastores, las últimas palabras de gratitud de Luis Mizón se volvieron versos de Garcilaso: «Salid sin duelo, lágrimas, corriendo». Su voz resonaba como un corazón urgente y tardío, yéndose, con sus manos caídas. «Aquí dio fin a su cantar Salicio».

Luis Mizón murió lejos de aquí, en la mañana fría del 30 de diciembre en París; una lluvia débil volvía todo cristalino como sus ojos, y miraba su ciudad amaneciendo iluminada como el día en que partió al exilio en alta mar. En aquellos últimos días tristes del año 2022, a su lado, Martine Erhel tomaba su cabeza como una ofrenda finalmente decapitada; no hubo día que no lavara su rostro mientras vivía, la vida compartida los consagró para siempre.

Hace recién seis meses se publicó una edición bilingüe de Æncrages con Poèmes lus par la mer, dedicado Frédéric Jacques Temple e ilustrado por Alain Clément; un magnífico libro en colores que parece un juego de niños, adorable manufactura; la contratapa anticipa una poética de esta índole: «quisiera alimentarme de todas las cosas que se van». Una fotografía en el interior muestra a los dos poetas en Collioure en 1981, en un momento intacto, sonriendo a la luz del mediterráneo que bañó de luz la poesía de Mizón. Al año siguiente Roger Caillois y Claude Couffon editan para Gallimard Poème du Sud; el tono del poema gravita con profundidad, tierna y espantosamente; la naturaleza habla a través de la casa; «la poesía es el lugar del eco», nos podría haber dicho el amigo Luis.

Con 18 años Mizón envía a la Imprenta Mercantil en Valparaíso, La pieza con Luz, un buqué de poemas al natural y arquetípicos, no obstante, liberados: «una voz ha cruzado el silencio». Su poesía desde ahí se erige como un umbral entre la voz y la palabra, entre la escritura y el habla, la suya propia; Mizón fue un magnífico conversador, un sofista, un contador de historias vivificantes y originales, un buda sufi. Un hablador; en casi todas las emisiones que realizó para Radio France nos dice algo propio y nos habla del Sur, del Valle del Elqui, del océano Pacífico, de Rapa Nui, del Cabo de Hornos, etc. y en cada ocasión trajo al poeta del lugar, para que escucháramos su voz, su tierra, su pertenencia.

Pero Mizón es del exilio, vive en París, pero no tiene lugar, es el ido; por eso la gratitud en su poesía habla en la hospitalidad tranquila, sin estragos, pese al destierro y al abandono, porque está en paz, ha sido acogido, traducido, honrado, leído y amado afuera de su país. Como los sin tierra cuando amamos la pobreza.

Durante su estadía en Chile en 2018 para la publicación de Lejos de aquí / Loin d’ici, también bilingüe, parecía gozar como un buen chileno, con corazón. Editado por Al Fragor e ilustrado por los pintores Javier Marticorena, Palito Wood y el que escribe, el libro se lanzó en dos momentos: uno Capital: Centro Cultural Gabriela Mistral, Santiago; el otro de Provincia: unos días después en Valparaíso en la Biblioteca Severín; y todo terminó en un homenaje apoteósico en el Restaurant San Carlos, de su amiga Salvka Staroselcic, croata, en calle Las Heras, a pasos de Colón. Tras reposar una siesta, dio una conferencia en la Universidad de Playa Ancha junto al filósofo Ricardo Espinoza; lecturas de poemas en el Instituto de Arte de la PUCV con el poeta Enrique Morales;  en la Ciudad Abierta de Amereida, leímos juntos en la hospedería del Confín; en la Fundación Pablo Neruda fue recibido por el poeta y editor Ernesto Guajardo; y quizá después de todo, en el reino de Cochoa, fue agasajado por el poeta Sergio Pizarro, sin pudor. Uno de esos días dió una entrevista a una señorita de algún medio, que fue un saludo a la bandera descosida y desapareció de la nube como un chubasco que no se oye. Caminó por los cerros de su adolescencia, volvió a Viña del Mar y tomó pisco sour como hijo de vecino, y más tarde buenos vinos para olvidar el tiempo que aquí recobraba; comió a lo grande como un dios y finalmente sobrepasó todo y a todos los que lo acompañaban. Se reencontró con su familia fragmentada, pocos amigos de antaño y algunos lectores y estudiosos nuevos de su obra; regaló toda su biblioteca que guardaba acá empolvándose, y dejó un maletín con preciosas ediciones francesas de sus poemas y varios escritos inéditos. Tras su regreso a Francia, después de algunos días, todo volvió al vacío sacrosanto de la indiferencia nacional; nadie leyó, nadie escribió o pronunció palabra de su poesía, no lo estimaron; se fue como vino, de la nada y con todo… guardando silencio.

Enhorabuena, algo escurre como el susurro de la historia que también profesaba, el estudio de su obra en varios números de la Revista de Poesía, Ensayo y Crítica WD40, de Valparaíso, ha puesto en valor, los últimos años, su trabajo poético; así mismo, los diarios y ensayos que escribió Mizón sobre la obra del naturalista francés Claudio Gay, editados por Ediciones Universitarias y la Fundación Claudio Gay en los años 2000, son un admirable aporte al sentido de identidad y cultura de nuestro país, y por consiguiente, gesto común del destino –el poeta forja el temple de su pueblo. Pese a todo, Mizón murió en paz y amado; amando a su país pero lejos de aquí; ese es su sino, su propio destino y no otro; su propia muerte no es más que nuestro pobre silencio.


« Je ne suis qu’un vers ».




Manuel Florencio Sanfuentes
Ediciones Al Fragor